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CLUB DE AJEDREZ INFANTIL Y JUVENIL "TORRE BLANCA"

Por que y Para que Enseñar Ajedrez.

Enseñar Ajedrez ¿Para qué?

Por Jorge Laplaza


Con  estos  relatos  o  anécdotas  me propongo compartir experiencias que demuestran, por  lo  menos  en  hipótesis, la  validez  de la nseñanza del ajedrez empleada como herramienta  transformadora  de  conocimientos, de  la  forma de manejar el intelecto y de la conducta. Tal vez puedan sugerir actitudes similares a las expuestas.
                                           
INFORME R. I. (la  historia  es  real  y  ocurrió  en  Rawson,  desde  julio  de 1992 hasta   diciembre   de   ese  año.  Preservo  sólo  el  nombre del  protagonista  por razones éticas)
El cuadro de situación.
La  propuesta  de  encarar  acciones  de  apoyo  a  personas  con  causa  penal tiene algunos  antecedentes   que   habiéndolos   mencionado  esporádicamente  sirvieron de base  al  equipo  de  Mauricio  Minor (Asistente Social, especialista en minoridad en riesgo, avalado  en  el  presente  caso  por  la  jueza de menores de Trelew, Sra. M. Calderwood de Corneo) para el tratamiento de un caso singular.

RI  es  un  muchacho  con  un  cuadro particular, inteligente, de fuerte carácter que necesita  pasar  sus  horas, en  la  comisaría  de Rawson, luego de su traslado desde la  Alcaidía  de  Trelew, lo  más  apaciguado  posible, mientras  se  desarrollan las instancias de sus causas penales en la justicia.
Tenía  un  grueso  prontuario. Del  peor  calibre,  tal  vez  para  la  justicia.  Es beneficiado  con  un  tratamiento de apoyo y se propone al suscripto una colaboración en  tal  sentido, para  avalar sus posibilidades de reinserción social y apaciguar de alguna forma sus excesos de carácter en prisión.

La personalidad de RI.
Al  comenzar  las  sesiones,  mis  apreciaciones  fueron  las  descriptas  por  Minor en  cuanto  a  sus  padecimientos, sentimientos  contradictorios y aspiraciones de un chico  de  18 años, con presencia de persona instruída, charlatán, demasiado enfático y, en cierta forma, con una cuota de agresividad y controversia superlativas.
Varios  años  en  la  calle, de  padres separados, hijo abandonado por la madre y con compañías dudosas. Sin  embargo, la  primera  visita  se  desarrolló con la presencia de Minor y, supuestamente preparada de antemano, con mucho interés por aprender.
Como suele ser normal, dada  mi experiencia con reclusos de la Unidad 6, la actividad de aprendizaje  se  minimiza  ante  el deseo de confrontar apenas se sabe algo más y, luego, se  impone  pasar  a  la charla sobre aspectos relacionados con su situación o con  hechos  de  su  vida  anterior  al encarcelamiento. En el caso de RI se suscitó, inmediatamente   después   de  comprobar  elementales  conocimientos  del  juego,  la necesidad  de  relatar  innumerables  experiencias  de  sus  vivencias  en  distintos ámbitos  cercanos  al  delito. Sus  relatos, en  muchos  casos, me parecieron rayanos en la fantasía, aunque  los  escuché  muy  interesado, tratando de cotejarlos con las posibilidades  reales  de  que, así  como  eran  contados, pudiesen ser efectivamente
ciertos. Parecía querer impresionarme.
Su  juego  de  ajedrez  era  más  que elemental, pero con rasgos de concebir fórmulas simples  de  jaque mate de gran valor. Me relató que había jugado algunas partidas en anteriores  unidades  donde  estuvo alojado y que le habían enseñado el movimiento de las  piezas  en  su  detención. Sus  maneras  de empezar eran las de un niño que sólo
sabe  el  movimiento  de  piezas, el  mate Pastor o el mate de dama en h7 apoyada con un  alfil  o  un  caballo. Observé  variabilidad  en  la  ejecución  de  estos planes agresivos, descuidando  totalmente  su  rey  y  la  pérdida  de  piezas, por  lo  que concebí la falta total de sujeción a reglas estratégicas.
Sólo  tenía  un  reducido  repertorio  de  situaciones tácticas ejecutadas sin ningún reparo en las pérdidas que ese accionar le costaban.


El planteo de enseñanza.
La  clase  inicial  tenía  como  motivación  fundamental la expectativa creada por el señor  Minor, a  cargo  de  su  contención  en el tiempo de espera de una decisión de la Justicia.
Estaba  fundada  más  en  la  posibilidad  de tener visita y "matar" de alguna manera el  tiempo  de  ocio. Las  primeras explicaciones sobre el porqué de sus jugadas eran increíblemente  insólitas  por  lo  desgajadas  de la realidad. Después de la primera clase  decidí  darle  ejercicios  elementales  para  entusiasmar a la continuidad. Le dí  resoluciones  de  problemas  que  lo  tuvieran  ocupado  durante la semana y esto también  contribuiría  a  evaluar  algunos  mecanismos de su pensamiento tan original y controvertido, por medio del examen de sus respuestas ajedrecísticas.
Para  comprobar  si  su  interés  de  aprender  se  sostenía, le  regalé  un libro de enseñanza  elemental  (el del francés  Nicolás  Giffard, Ed. Atlántida) con el fin de que  leyera  algunas  reglas. Esto  también  motivó  a  que  le  enseñara  el sistema algebraico de notación. Al  mismo  tiempo, le  suministré apuntes iniciales de cursos para niños con el fin de comprobar cuál elemento  prefería para su nivel de educación
y  mentalidad. Para  la  segunda  clase, una semana después, y ya sin la presencia de Minor, había  leído  gran  parte  del libro, lo  cual  me  sorprendió  gratamente. En esta  oportunidad, entre  sus  charlas, me  prestó  su cuaderno de poesías y me habló de  sus  logros  en  la escuela primaria en relación a su facilidad de estudo (luego descubrí  que   tenía  sólo  primer  año  secundario  incompleto).  En  esta segunda visita  me  prestó  varios  poemas  que  había escrito, lo que evalué como importante desde el punto de vista de ganar su confianza para seguir en el esquema trazado.
Desde  el  primer  momento  sostuve  el  aprendizaje  hablando  de las cualidades que mostraba  y  de  cómo  mejorar  su  nivel. Todo  esto, en  relación  con principios y formas  que  en  el  ajedrez  simbolizan comportamientos transferibles a todo tipo de pensamiento y actividad.
Mi  hipótesis  de  trabajo  fue  que  si  él  lograba  percibir el valor de las leyes estratégicas  y aplicaba su incipiente pero clara fuerza táctica, podría internalizar ese  mismo  aprendizaje  con  el  fin  de  adaptarse  a  normas  que solucionaran sus dificultades  de  convivencia con el medio social. Además, que suponía que el ajedrez podría instruir  a su mente sobre la percepción del dosaje de sus pulsiones agresivas y la  sublimación  de  ciertos  comportamientos  controvertidos  para  los demás. Más cercanamente,  para  con  los  policías,  los  jueces  y  el  personal  de  apoyo  de Minoridad o Salud que eran sus contenedores directos.
Mi  tesis  era  no  dejarme  ganar  nunca.  Primero, para alejarlo de metas fáciles y vislumbrar  su  construcción de voluntad mediante hábitos de persistencia; y segundo, para  dejarle, con  naturalidad, percibir sus adelantos involucrándose en un esfuerzo largo, que  llevaría  su  tiempo. Para  ello, debía  solicitar  que  el entusiasmo no declinara, aun  si  para ello, el tiempo disponible fuese empleado en charlas u otros entretenimientos.
En  varias  oportunidades,  sus  desencantos  respecto  de la resolución de su estado judicial  o  sus  permanentes  sentimientos  semiparanoicos  hicieron  tambalear este armado.
A  pesar  de  su  altanería  y  autosuficiencia  inicial,  fue  aceptando,  aunque  a regañadientes,  cada  principio basal en el ajedrez. La necesidad de enrocar antes de iniciar un ataque, de empezar por el centro y de sacar caballos antes que otras piezas fueron  aceptadas  no  sin  esfuerzos. Comenzó  lentamente a postergar sus habituales
pulsiones  tácticas  de  agresividad desordenada, hasta tanto no tuviera realizado un armado  estratégico  mínimo  de  la  posición, lo que me comprobaba la posibilidad de certeza en la hipótesis de transferencia. Por entonces, me relataba hechos delictivos en  los  que  había  participado como protagonista e inmediatamente reflexionaba "que
eso  era  antes"  "que   ya   había   comprendido   su  inutilidad"  y  otras  frases autoreivindicatorias.
Un  ejemplo  muestra este aspecto: Jugamos varias veces esta posición o similares con variantes del mismo tema: 1. e4 d5 2. exd5 Dxd5 3. Cc3 Dc6 (la primera vez calculó que sacaría el  alfil y podría comerme en g2 ganando la torre) 4. Ab5 . No bastó una sóla vez para advertir el problema de la clavada, lo que demuestra la dificultad que tenía
en aceptar la opinión del otro.
Para manejar independientemente su habilidad y gusto táctico le dejé varias series de problemas de táctica  para solucionar, comprobando posteriormente que los solucionaba con idoneidad aunque en forma desprolija. Es decir, mantenía las ideas clave, pero la ejecución era habitualmente considerando al oponente sin sus mejores posibilidades de defensa. Esto es  habitual  en  el pensamiento ajedrecístico principiante, que piensa mucho más  en  lo  que él puede hacer sin preocuparse demasiado en la oposición a sus planes. Pero, en algunos problemas, su solución era sorprendentemente rápida y eficaz.
Como si tuviera  una inspiración destelleante y fugaz en algunos momentos, totalmente fuera del nivel  perceptible  en  las partidas. Pensé que esto podría reflejar cierta capacidad de "pensar y  resolver bien" en situaciones donde no existiera el conflicto de la oposición (la vida, el  entorno  social) y, por el contrario, no poder resolver adecuadamente en  situaciones  integrales (la partida) cuando se hallaba en situación
expuesta.
Tras  las  primeras  semanas,  mantenía  una ilusión de ganarme, lo que yo asociaba a algunos  "delirios"  de  sus  comportamientos ajedrecísticos corroborados con los que él me  reflejaba  a  través  de los relatos de su niñez y adolescencia. Estos relatos estaban  proyectados  a  expectativas  desmedidas  de su vida y aspiraciones futuras, por  lo  que  deduje  que  tenían  que ver con los excesos de sus expectativas que lo llevaron  a  cometer  robos y otros desmanes anteriormente. Pero esto mismo, pensaba, que era  incentivo para la continuidad, por lo que se me ocurrió jugarle una apuesta: si  me  ganaba, aunque  fuera en los próximos seis meses (debía darle una expectativa que  diera  tiempo  al  progreso), le haría el regalo que él pidiese. Me dio a elegir entre  un  par  de  botas, una computadora o una chica!, lo que acepté seguro (!?) de cumplir con el cometido.
Las  primeras  partidas  eran  como  la  que  sigue:  él  prefiriendo las negras pues "astutamente"  especulaba  con  verme  primero  las  cartas (como  en  el truco) para luego  obrar  en  consecuencia.  Más  tarde  aproveché  para  enseñarle  (como  en el truco)  que  ser  mano  gana  cuando  se  emparda  el  envido y jugar con las blancas significaba una ventaja que aún no podía percibir. 1.e4 e5 2.Cf3 Ac5 3. Cc3 Dh4 4.Cxh4 y seguía hasta el mate.

El  aprendizaje  siguió su curso, con las características apuntadas. Su evolución era palpable  y  lograba  transferir una especie de serenidad tanto a sus partidas como a sus conductas. El tratamiento por parte de la sicóloga me contaba que era ya aceptado, que  los  policías  ya  compartían  algunos  juegos  con él en la celda. Los informes posteriores  de  la  jueza  de  menores  fueron cada vez más positivos respecto de su
posibilidad  de  libertad. Se detectó a su madre en otra provincia y sus expectativas aumentaron. Su  ajedrez  evolucioné  en paralelo y muy rápido. Veía que aceptaba leer partidas con las instrucciones, mecanismos  y  secuencias sugeridas por mí y lo hacía con gusto.
Luego  de  varios trámites, hacia fin de año y dos visitas de la madre a quien habían logrado detectar los servicios de Justicia, los jueces convinieron en su externación.
Le habían  prometido salir para las Fiestas. El ajedrez había cumplido su parte en la trayectoria de este pibe. Yo  hacía  varias  semanas  que, ocupado con exámenes en el colegio no lo frecuentaba. Fue  una  sorpresa  mayúscula, cuando, pocos días antes de Navidad, me  golpearon  a  la  puerta y  vi su imagen desafiadora frente a mí, aunque
llena  de  serena a legría. Quería despedirse, contarme que le habían dejado libre! Y también  despedirse jugando al ajedrez su última partida. No dijo nada de su apuesta, sólo quería agradecer jugando, simplemente.
Transcribo  aquí  la  partida que jugamos. Podrán ver en ella su progreso, su calma e inteligencia despiertas en todo este trayecto de casi 5 meses. Fue un gusto compartir con él la merienda y este sugerente juego:

Código NIC: SI 48.1.11
Blancas: RI
Negras: Jorge Laplaza
Rawson 18 Diciembre de 1992
1.e4 c5 2.Ac4 e6 3.Cc3 Cc6 4.Cf3 d6 5.d3 Cf6 6.Ag5 Ae7 7.O-O O-O 8.De2 a6
9.d4 cd4 10.Cd1 b5 11.Ad3 Ab7 12.c3 dc3 13.Cc3 h6 14.Ah4 Cg4 15.Ae7 De7
16.Tad1 Cge5 17.De3 Cf3 18.Df3 Ce5 19.De3 Cd3 20.Td3 Tfd8 21.Db6 Tac8
22.e5 ( Un acto de riesgo, como los de antes, pero seguramente difícil de
prever su contundente refutación.) 22...de5 23.Tfd1 Td3 24.Td3 b4 25.Ce2 Dg5 26.Td1 Dg2    0-1   

Jugada  sin  reloj,  debe  haber  sido  una  de mis más satisfactorias partidas jamás jugadas. La  evolución  de  las  blancas  en  tan poco tiempo era notoria. Tanto, que si  se  tratara  de  un  ajedrecista  podría  proponerle  un futuro de maestro en muy  poco tiempo más. Pero era claro que RI no se dedicará al ajedrez.
El protagonista de esta historia vive actualmente en algún lugar del país.
Sólo  espero  enterarme  alguna  vez  de  algún  logro  en su vida y de que aún gusta del ajedrez, que colaboró en su cambio.